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Proceso de Beatificación y Canonización de Juan Diego
P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez, postulador oficial de la Causa de Juan Diego


Desde hace mucho tiempo se ha tenido la certeza de que Juan Diego ya se encontraba en el cielo, gozando de Dios, como lo expresaba Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, a finales del siglo XVI, en su escrito llamado Nican Motecpana: “La Purísima, con su precioso Hijo, llevó su alma a donde disfruta de la Gloria Celestial”, [1] el mismo autor manifiesta que Juan Diego es modelo de santidad y que así como él mereció el cielo, nosotros también nos esforcemos para ser dignos de él, continuaba Fernando de Alva Ixtlilxóchitl: “¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!” [2]

En el siglo XVII, uno de los documentos más importantes son las Informaciones Jurídicas de 1666, en donde encontramos varias veces la referencia de Juan Diego como un hombre excepcional, todos los testigos confirmaron que Juan Diego fue un hombre piadoso, devoto, lleno de Dios, por ello no dudaron en llamarlo “varón santísimo” o ir a verlo para que intercediera ante la Virgen de Guadalupe y ante el mismo Dios para sus necesidades, o ponerlo como modelo para sus hijos. [3] Otro importante autor, pero del siglo XVIII, Cayetano Cabrera y Quintero, expresaba en su libro Escudo de Armas, publicado en 1746, cómo Juan Diego era un verdadero intercesor para el pueblo: “Aún los mismos indios que frecuentaban el Santuario –decía Cabrera– se valían de las oraciones de su compatriota viviendo y, ya muerto y sepultado allí, lo ponían como intercesor ante María Santísima, para lograr sus peticiones.” [4]

El pueblo siempre expresó su admiración y veneración a Juan Diego representando su figura como un “atlante” y sostenedor de todo un altar, como en el altar de San Lorenzo Ríotenco; como fundamento y sostenedor de un púlpito como en la iglesia del Pocito, como ángel a los pies de la Virgen como en la fachada del Colegio de Guadalupe o como franciscano, como es representado en la fachada de la antigua Basílica de Guadalupe, o pintado con aureola como en el exvoto que se conserva en el museo de la Basílica de Guadalupe, esculpido con veneración en un cáliz de oro, etc.

Don Santiago Beguerisse publicó Apuntes Biográficos del Venturoso Indio Juan Diego; y el 1 de noviembre de 1895 escribió al Obispo de Cuernavaca, Fortino Hipólito Vera, con quien lo unía un mismo pensamiento, comunicándole su interés por iniciar un Proceso para la Beatificación de Juan Diego.

En octubre de 1904, en el Congreso Mariano que se celebró en Morelia, se presentó la iniciativa para que se solicitara iniciar el Proceso para la Beatificación de Juan Diego.

En 1930, el P. Lauro López Beltrán fundó su revista Juan Diego con la que continuamente impulsó la posibilidad de llevar a los altares a Juan Diego.

El 1 de mayo de 1931, por motivo del IV Centenario de las Apariciones, se publicó en el Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara un artículo intitulado “La Canonización de Juan Diego” donde se pide la canonización de Juan Diego.

El 12 de abril de 1939 se publica una importante Carta Pastoral del Obispo de Huejutla, José de Jesús Manríquez y Zárate: XXI Carta Pastoral que dirige a sus diocesanos sobre la necesidad de trabajar ahincadamente por la glorificación de Juan Diego en este mundo, San Antonio, Texas; para trabajar en la glorificación de Juan Diego.

En 1950, el Obispo de Huejutla, José de Jesús Manríquez y Zárate, cuando asistió a Roma a la Declaración Dogmática de la Asunción, representando al Arzobispado de México, aprovechó para entrevistarse con el cardenal Nicolás Canali, gran autoridad del Vaticano, proponiéndole el iniciar la beatificación de Juan Diego.

En los últimos años esto se expresó con mayor fuerza. En 1974, tanto los Obispos de México como los de América Latina habían pedido la canonización de Juan Diego, se propuso la canonización de Juan Diego como modelo de laico cristiano. [5] En 1979, durante su primer viaje pastoral en México, el Santo Padre, Juan Pablo II, habló de Juan Diego como ese personaje histórico fundamental en la historia de la Evangelización de México. Los Obispos mexicanos insistieron en que la canonización de Juan Diego es un hecho profundamente querido por la gran parte del pueblo de México; se dieron los primeros pasos y el 15 de junio de 1981 durante la Décima Asamblea, la Conferencia Episcopal Mezicana pide formalmente la canonización de Juan Diego.

El Arzobispo Primado de México, D. Ernesto Corripio Ahumada, escuchó estas súplicas y peticiones y con gran empeño inició los trabajos; escribiendo a la Congregación para la Causa de los Santos en 1981, para informarse sobre los pasos y posibilidades de canonizar al indio Juan Diego.

El 8 de junio de 1982, la Congregación para la Causa de los Santos informó al Arzobispo de México, Corripio, los pasos necesarios que se tenían que dar para que todo el Proceso fuera conforme al Derecho Eclesiástico. [6]

El 7 de enero de 1984, en la Insigne Basílica de Guadalupe, presidió la ceremonia donde se daba inicio al Proceso Canónico del Siervo de Dios, Juan Diego, el indio humilde mensajero de la Virgen de Guadalupe. El 19 de enero de 1984 se nominó para Roma como Postulador al P. Antonio Cairoli, OFM, el 11 de febrero se completó jurídicamente el Tribunal con la sesión de apertura y se llevó adelante el Proceso Canónico Ordinario que se piden en estos casos; en total fueron 98 sesiones. También se nombró, en ese entonces, una comisión histórica, presidiéndola el Prof. Joel Romero Salinas, miembro de la Academia Nacional de Historia y Geografía de México, perito en Historia y Archivística para la Causa en cuestión; esta comisión histórica preparó el material necesario en estos casos. Más de dos años de estudio y trabajo fueron necesarios para concluir la primera etapa del Proceso, el 23 de marzo de 1986, en solemne ceremonia se concluyeron estos trabajos. y toda la documentación y la investigación fue enviada a Roma. La Congregación para la Causa de los Santos aprobó el camino realizado el 7 de abril de 1986.

Todavía el Arzobispo de México Ernesto Corripio quiso congregar, el 9 de octubre de 1989, en la Sala de Acuerdos de la Curia de la Arquidiócesis de México, a 21 especialistas en historia, investigadores y estudiosos del Acontecimiento Guadalupano, con la presencia también del entonces abad Mons. Guillermo Schulenburg, para que ahí se pronunciaran los comentarios, reflexiones y opiniones a favor o en contra de la Causa de Juan Diego; era importante conocer todos los puntos de vistas y analizar no sólo la personalidad de Juan Diego, sino también la oportunidad de la continuación de la Causa; con toda libertad se podía exponer cualquier opinión en contra o a favor. El Ing. Joel Romero Salinas recordaba este momento en su libro Juan Diego. Su peregrinar a los altares, en donde refiere lo sucedido en este importante encuentro: “Ninguna opinión se vertió en contra de la existencia física del Siervo de Dios y se ahondó positivamente en su fama, virtudes y culto.” [7]

En ese año de 1989, después de la muerte del Rev. P. Antonio Cairoli, OFM, el Cardenal Ernesto Corripio designó como Postulador para la Causa de Juan Diego al Rev. P. Paolo Molinari, SJ.

El Episcopado Mexicano actuaba en gran unidad y conciencia pastoral. El 3 de diciembre de 1989, Mons. Adolfo Suárez Rivera, Arzobispo de Monterrey y Presidente de la CEM, escribía al Cardenal Felici, Prefecto de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos:

“Saludamos a Vuestra Eminencia con respeto y afecto en el Señor:

“Con fecha 17 de noviembre del presente año, los Obispos de México enviamos a Vuestra Eminencia una carta con la cual implorábamos que el Siervo de Dios Juan Diego sea proclamado Santo en virtud de la continuación del culto a él dirigido.

“Para complementar nuestra mencionada carta, nos permitimos por las presentes letras, asentar las siguientes aclaraciones y declaraciones:

“Cuando fueron emitidos los Decretos de S. S. URBANO VIII (1625-1634), la Jerarquía de México, en debido acatamiento a las disposiciones pontificias, prohibió toda manifestación de culto público y litúrgico de Juan Diego.

“Sin embargo, la fama de santidad del Siervo de Dios y la auténtica devoción religiosa que se le guardaba, eran tales que, pese a la observancia de la Norma referente al culto público y litúrgico, el culto popular privado continuó y ha venido a ser más vivo y creciente en nuestros días.

“Las diversas disposiciones de la Jerarquía Eclesiástica local, referentes tanto a la veneración de la Imagen de la Sma. Virgen de Guadalupe como al respeto a la casa de Juan Diego, testifican la continuidad de la auténtica devoción hacia el Siervo de Dios. Todo esto está ampliamente ilustrado en los diversos Estudios hechos para la elaboración de la "POSITIO", en correlación con los documentos respectivos.

“La existencia de la auténtica fama de santidad del Siervo de Dios Juan Diego está sólidamente confirmada por el hecho de que, desde el año de 1666, las Autoridades Eclesiásticas de México se preocuparon por llevar a cabo un proceso formal, con la finalidad de solicitar la aprobación de un Oficio Propio en honor de la B. Virgen María de Guadalupe, para la celebración del día de la aparición preternatural de la Santísima Virgen al Obispo Fray Juan de Zumárraga, y esto como comprobación de la veracidad de Juan Diego.

“En las actas de tales investigaciones figuran las disposiciones acerca de la vida, las virtudes, la fama de santidad y el culto a Siervo de Dios Juan Diego.

“Las actas de estos dos Procesos han sido debidamente insertadas en la mencionada "POSITIO".

“Además, ha de tenerse presente que la Jerarquía Eclesiástica de México instruyó un proceso específicamente sobre la vida, las virtudes, la fama de santidad y el culto del Siervo de Dios en los años 1984-1986.

“Teniendo en cuenta todo esto, se debe afirmar que el período de tiempo en el cual el culto se manifestó y fue vivido en la Iglesia de México, es suficiente por sí mismo para corresponder a la categoría de "A TEMPORE INMEMORABILI".

“Por lo expuesto, nosotros, los Obispos de México, declaramos que la ininterrumpida fama de santidad atribuida al Siervo de Dios JUAN DIEGO y la continua devoción religiosa que se le guarda constituye en seguro fundamento para declarar que ha existido un verdadero culto religioso, pero con la limitación ordenada por la Santa Sede Apostólica.

“Esta declaración es firmada por el suscrito, Presidente de la Conferencia Episcopal de México, en nombre de todos los Excmos. Sres. Arzobispos y Obispos de nuestra Nación.“Nosotros esperamos que esta declaración constituya un documento válido para la "Positio Super Cultu ab Inmemoriabili Praestito" del Siervo de Dios Juan Diego, elaborada por la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos que Vuestra Eminencia dignamente preside como Cardenal Prefecto.

“Los Obispos de México, junto con nuestro pueblo cristiano, abrigamos la dichosa esperanza de que el Santo Padre Juan Pablo II, en uso de la autoridad que le asiste, se digne declarar Santo al Siervo de Dios Juan Diego, el laico que fue siervo de la Sma. Virgen de Guadalupe, en su próxima visita pastoral a México, en el mes de mayo del próximo año.

“Este asentimiento eclesial será de notoria importancia para la Iglesia en México y constituirá un gran impulso para la pastoral y la vitalidad del laicado católico de México y de América Latina.

“Reiteramos a Vuestra Eminencia nuestros sentimientos de aprecio y estima en el Señor.

“Ciudad de México, D. F., a 3 días del mes de Diciembre del año de 1989.”

Bajo las normas y directrices de la Congregación para la Causa de los Santos, así como las del Relator General Mons. Giovanni Papa se elaboró la Positio; la cual fue presentada a los Peritos en Historia, así como a los Teólogos Consultores y al Congreso de Cardenales y Obispos de la Congregación, y se obtuvo el voto afirmativo sobre el culto inmemorial y la fama de santidad del Servo di Dio Juan Diego. De esta manera se llega a la aprobación de la Positio en 1990; [8] se confirmó, pues, que a Juan Diego se le daba un culto desde tiempos inmemoriales; manifestado por objetos de todas clases como son imágenes y diseños de Juan Diego en donde se le representó con aureola; su figura se esculpió en cálices, en púlpitos, en altares, en exvotos, en ofrendas; son varios los documentos en donde se declara que Juan Diego fue un indio buen cristiano y santo, como vimos en los testimonios de los ancianos indios de Cuauhtitlán que fueron vertidos en las Informaciones Jurídicas de 1666. Una fama que no se interrumpió, como también ya vimos que expresaba, en 1746, D. Cayetano de Cabrera y Quintero: “Aún los mismos indios que frecuentaban el Santuario se valían de las oraciones de su compatriota viviendo y, ya muerto y sepultado allí, lo ponían como intercesor ante María Santísima, para lograr sus peticiones.” [9]

El 9 de abril de 1990, el Santo Padre Juan Pablo II, por medio del Decreto de Beatificación, reconoció la santidad de vida y culto tributado, de tiempo inmemorial, al Beato Juan Diego. Y el 6 de mayo sucesivo, el mismo Santo Padre, durante su segundo viaje apostólico a México, presidió en la Basílica de Guadalupe la solemne celebración en honor del Beato Juan Diego, inaugurando la modalidad del culto litúrgico que se le debía rendir al humilde y obediente indio, mensajero de la Virgen de Guadalupe.

El Santo Padre afirmó: “Juan Diego es un ejemplo para todos los fieles: pues nos enseña que todos los seguidores de Cristo, de cualquier condición y estado, son llamados por el Señor a la perfección de la santidad por la que el Padre es perfecto, cada quien en su camino. Conc. Vat. II, Const. Dogm. Lumen Gentium, No 11. Juan Diego, obedeciendo cuidadosamente los impulsos de la gracia, siguió fiel a su vocación y se entregó totalmente a cumplir la Voluntad de Dios, según aquel modo en el que había sido llamado por el Señor, destacando por su amor tierno a la Santísima Virgen María, a la que tuvo constantemente presente y veneró como Madre y dedicándose con ánimo humilde y filial a cuidar su casa. No es extraño, por eso, que estando aún con vida, muchas personas le considerasen santo y le pidieran la ayuda de su oración. Esta fama de santidad ha perdurado después de su muerte, y no son pocos los testimonios del culto que se le daba, los cuales muestran, suficientemente, que delante del pueblo cristiano se le nombraba con el título de santo, y tenía hacia él aquellas manifestaciones de veneración que suelen reservarse a los Beatos y a los Santos, como queda patente por las obras artísticas llegadas hasta nosotros, en las que la imagen del Siervo de Dios aparece representada con una aureola o con otros signos de santidad. Es cierto que esas manifestaciones de culto se dieron sobre todo en la época más cercana a la muerte de Juan Diego, pero es asimismo innegable que han permanecido hasta nuestros días, de manera que puede afirmarse con seguridad que testifican un culto peculiar e ininterrumpido tributado al Siervo de Dios. A petición de gran número de Obispos y de muchos otros fieles sobre todo de México, la Congregación para las Causas de los Santos procuró que se recogieran los documentos que ilustran la vida, las virtudes y la fama de santidad de Juan Diego y ponen también de manifiesto el culto que se le ha tributado. Después de realizar las oportunas investigaciones y de estudiar el material reunido, se elaboró una amplia relación acerca de la fama de santidad del Siervo de Dios, sus virtudes y el culto que se le a tributado desde tiempo inmemorial.” [10]

La labor de la Congregación para la Causa de los Santos es sumamente profesional, trabajan ahí los más grandes especialistas en la materia; quienes llevan todo proceso de una manera meticulosa y detallada, no dejan ninguna duda por aclarar, ninguna pregunta por responder. Todos sabemos de las dudas y especulaciones que Mons. Schulenburg y un grupo de personas han transmitido, si bien, no por la vía normal como se debe proceder en estos casos; aún así, la Congregación no desatendió ninguna de las objeciones que le presentaron. Por lo que dispuso que junto con la Arquidiócesis de México se formara una Comisión Histórica, que encabezara una investigación apegada al método histórico científico. Esta Comisión fue encabezada por el P. Dr. Fidel González Fernández, Doctor en Historia de la Iglesia, Consultor de la Congregación para las Causas de los Santos, catedrático de la Pontificia Universidad Gregoriana y de la Pontificia Universidad Urbaniana, especialista en Historia de la Iglesia en América Latina; P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez, Doctor en Historia de la Iglesia, Prefecto de Estudios del Pontificio Colegio Mexicano, Miembro de la Sociedad Mexicana de Histórica Eclesiástica, Investigador especializado de la Arquidiócesis de México; y Mons. José Luis Guerrero Rosado, canónigo de la Basílica de Guadalupe, licenciado en Derecho Canónico, investigador y catedrático, hombre de una vastísima cultura y gran especialista en el Acontecimiento Guadalupano. Para mí fue un gran honor el que el Sr. Arzobispo de México me hubiera designado para formar parte de esta importante y trascendental Comisión Histórica.

Nuestra Comisión retomó todo lo realizado por siglos, investigó nuevamente en Archivos y Bibliotecas de varias partes del mundo, analizó no sólo las dudas u objeciones; sino que estudió e investigó desde la tradición oral continua e ininterrumpida que se ha mantenido hasta el día de hoy en la memoria del pueblo, hasta fuentes documentales como mapas, códices, anales, testamentos, cantares, narraciones antiguas, los llamados Nican mopohua y Nican motecpana, la Información de 1556, las Informaciones Jurídicas de 1666, los importantes escritos de los primeros frailes misioneros y otros muchos documentos más. Así como se tomaron en cuenta las dudas y objeciones, también se tomaron en cuenta las nuevas aportaciones y afirmaciones a favor del hecho histórico, provenientes de los más variados investigadores, científicos y estudiosos del Acontecimiento Guadalupano.

El trabajo revistió un esfuerzo de varios años, analizando, estudiando e investigando bajo el método histórico científico, ubicando cada fuente histórica en su justo valor y naturaleza y en su convergencia; asimismo, se sometió a las normas precisas de la Congregación de la Causa de los Santos. El 28 de octubre de 1998, la Congregación aprobó los resultados de la investigación científica, constatando y confirmando la verdad del Acontecimiento Guadalupano, y la misión del indio humilde Juan Diego, modelo de santidad, quien a partir de 1531 difundió el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe, por medio de su palabra y de su ejemplar testimonio de vida. Se dio un paso más al pedir la Congregación que se publicara lo esencial y más importante de los resultados de la investigación de la Comisión Histórica; gracias a esto, en 1999, se publicó un libro bajo el título: El Encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego; [11] el cual fue analizado por diversos especialistas. Más adelante, la Congregación encomendó a algunos doctores y catedráticos de Historia de la Iglesia de las más prestigiosas Universidades Pontificias, especialistas en el tema de México y América Latina, para que analizaran este Libro de manera detenida y meticulosamente; y todos, de forma unánime, dieron su confirmación positiva y laudatoria, tanto de la esencia de la historia del Acontecimiento Guadalupano, especialmente del Beato Juan Diego, como de la metodología científica usada en la investigación.

En ese año de 1999, nuevamente el Papa Juan Pablo II afirmó con gran fuerza la importancia del Mensaje Guadalupano comunicado por el Beato Juan Diego y confirmó la perfecta evangelización que nos ha sido donada por Nuestra Madre, María de Guadalupe: “Y América, –declaró el Papa– que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, [...] en Santa María de Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como Reina de toda América.” [12] El Papa confirmó la fuerza y la ternura del mensaje de Dios por medio de la Estrella de la evangelización, María de Guadalupe, y su fiel, humilde y verdadero mensajero Juan Diego, en donde Ella depositó toda su confianza; momento histórico para la evangelización de los pueblos, “La aparición de María al indio Juan Diego –reafirmó el Santo Padre– en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente. [...] María Santísima de Guadalupe es invocada como «Patrona de toda América y Estrella de la primera y de la nueva evangelización».” [13]

Todos los sucesores de fray Juan de Zumárraga han promovido ininterrumpidamente el gran Acontecimiento Guadalupano, el cardenal Norberto Rivera, con un gran esfuerzo y una ferviente oración, ha impulsado de manera decisiva la Canonización del Beato Juan Diego. Asimismo, el Rector y todos los Canónigos de la Nacional e Insigne Basílica de Guadalupe, han dirigido peticiones al Santo Padre, por ejemplo el 21 de agosto de 2000, en una de varias cartas, dicen: “estamos plenamente convencidos de la historicidad del Beato Juan Diego [...] Por lo tanto, nuestra voz se dirige ahora a Su Santidad, para pedirle, humildemente, la pronta canonización del Beato Juan Diego”. [14]

El Episcopado Mexicano en pleno ha sido de los más fuertes promotores motivando tanto la investigación científica, así como la evangelización y devoción popular en una pastoral integral. El Episcopado Mexicano declaró el 12 de octubre de 2001: “La verdad de las Apariciones de la Santísima Virgen María a Juan Diego en la colina del Tepeyac ha sido, desde los albores de la evangelización hasta el presente, una constante tradición y una arraigada convicción entre nosotros los católicos mexicanos, y no gratuita, sino fundada en documentos del tiempo, rigurosas investigaciones oficiales verificadas el siglo siguiente, con personas que habían convivido con quienes fueron testigos y protagonistas de la construcción de la primera ermita”; [15] y más adelante señala: “Consideramos también deber nuestro manifestar que la historicidad de las apariciones, necesariamente lleva consigo reconocer la del privilegiado vidente interlocutor de la Virgen María.” [16] Todos los Obispos Mexicanos se unen en una misma oración: “expresamos nuestra confianza en que no tardará su canonización y por ello elevamos nuestra plegaria”. [17]

Más adelante, el 17 de mayo de 2001, el Cardenal Norberto Rivera me nombró Postulador para la Causa de Canonización del Beato Juan Diego. De esta manera, por una parte, continué en la Comisión Histórica y, por otra, con el trabajo de la Postulación.

Cuando se aprobó todo el camino recorrido en cuanto a confirmar la historicidad de Juan Diego, se continuó con el proceso, ahora analizando el milagro que realizó Dios por medio de Juan Diego, como veremos en el siguiente capítulo.

Juan Diego sigue intercediendo por su pueblo. Dentro del proceso para la Canonización de Juan Diego era indispensable constatar un milagro efectuado por intercesión del Beato Juan Diego.

Desde el 20 de noviembre de 1990, en la Curia del Arzobispado de México, se abrió el proceso canónico para recoger las pruebas sobre el milagro realizado por el Beato Juan Diego, concluyendo el 31 de marzo de 1994.

No cabe duda, que Dios aprobaba la canonización de Juan Diego al realizar un milagro por medio de la intercesión de este indio humilde y sencillo, mensajero fiel de Santa María de Guadalupe. El caso en cuestión tuvo lugar en la Ciudad de México el 3 de mayo de 1990, cuando un joven de 20 años de edad, llamado Juan José Barragán Silva, cayó de una altura de 10 metro aproximadamente sobre terreno sólido, con un fuerte impacto valorado en 2,000 kgs., con fractura múltiple del hueso craneal, y fuertes hematomas. Según la valoración de los médicos, la mortalidad superaba el 80%. Fue la mamá del muchacho quien le pidió a Juan Diego por la vida de su hijo.

Al llegar al Sanatorio, intervino el Dr. Homero Hernández Illescas y su equipo de médicos, encontrando que las lesiones que presentaba el muchacho eran terribles y se esperaba lo peor; nuevamente aquí la madre del muchacho confirmó su confianza en Juan Diego. Después de dos días, los médicos le tuvieron que dar la mala noticia a la madre, de que su hijo tenía muy pocas esperanzas de vida y que esperaban sólo su fallecimiento. El 6 de mayo de 1990, exactamentecuando el Santo Padre Juan Pablo II estaba celebrando la misa de Beatificación de Juan Diego, en el Sanatorio se operó un verdadero prodigio, el joven que había sido desahuciado se incorporó y, como tenía hambre, comió de lo que encontró en una charola que se había colocado cerca de él; todo esto ante la admiración de propios y extraños. Los médicos no podían creer lo que estaban contemplando, obviamente los exámenes de todo tipo fueron muy exhaustivos para tratar de dar una respuesta racional a lo que estaban contemplando; el muchacho no tenía ya ni fracturas, ni contusiones, ni sangrado, absolutamente nada... tan admirable fue este prodigio, que a los pocos días salió del hospital por su propio pie. Más de 15 médicos especialistas analizaron este caso, conformando un gran expediente que será de gran importancia para el proceso del milagro.

En primer lugar, se realizó un proceso diocesano para analizar este caso prodigioso y constatar que se podía integrar al proceso de canonización del Beato Juan Diego, todos los testimonios de los especialistas coincidían que no había una explicación racional sobre este caso; además fueron claros los testimonios de quienes supieron que la madre del muchacho había invocado a Juan Diego para que intercediera por la salud de su hijo.

La Congregación para la Causa de los Santos confirmó que el proceso diocesano fue muy bien llevado; el caso disponía de una sólida base probatoria. El decreto de Validez de los actos del proceso es del 11 de noviembre de 1994. En la misma Congregación, el 26 de febrero de 1998, los médicos especialistas nombrados por la Santa Sede para analizar de manera meticulosa este caso, lo aprobaron por unanimidad (cinco sobre cinco), sorprendidos de que en el lapso de pocos días la fractura estuviera totalmente soldada y sin manifestar ningún signo de complicación y con una modalidad de curación rápida, completa y duradera, siendo que la caída que había sufrido el muchacho era de fatales consecuencias; era una inexplicable curación según el conocimiento de la ciencia médica.

Por otro lado, la Congregación para la Causa de los Santos también recibió el resultado del proceso de parte de los teólogos que analizó con minuciosidad si este milagro se había realizado por intercesión del Beato Juan Diego. El 11 de mayo de 2001, en Congressus Peculiaris super Miro, los Consultores Teólogos, presididos por el Promotor de la Fe, aprobaron el milagro hecho por intercesión del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, con voto afirmativo por unanimidad.[18] Sin duda alguna, el humilde Juan Diego es una ejemplo de santidad y un fuerte intercesor de su pueblo.

Pero todavía faltaban pasos por dar dentro de este proceso de Canonización.

El 21 de septiembre de 2001 se realizó la «Sesión Ordinaria» integrado por Obispos y Cardenales quienes aprobaron todos los resultados. Y el 20 de diciembre del mismo año se Proclamó el Decreto del Milagro realizado bajo la intercesión del Beato Juan Diego ante la presencia del Papa Juan Pablo II. Con ello se dispone a Juan Diego a ser canonizado. Pero todavía el proceso no concluía, ya que el Santo Padre tenía que consultar a todos los cardenales del mundo para que dieran libremente su opinión; disponiendo la celebración de un Consistorio para el día 26 de febrero de 2002 en donde el Papa Juan Pablo II, después de la consulta a los cardenales, proclamaría su resolución.

Por fin, llegó el día tan esperado, el 26 de febrero del 2002, en donde, en una liturgia solemne el Santo Padre Juan Pablo II proclamó que canonizaría al Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin el 30 de julio de este mismo año. Por cuestiones prácticas, el día fue cambiado para el 31 de julio y se confirmó que el lugar en donde se celebraría la Solemne Ceremonia sería en la Insigne y Nacional Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, y que el Papa en persona vendría a presidirla.

A manera de Conclusión


Nuestro pueblo humilde y sencillo siempre a guardado en la memoria de la tradición y en el recinto de su corazón un profundo respeto y veneración por este gran hombre, elegido por Nuestra Señora de Guadalupe para ser su mensajero, y nunca ha dudado de su santidad.

Después de tantos siglos de intenso, honesto y profundo trabajo, especialmente en estos últimos años; y, además, de la sincera oración, sacrificios y ofrendas de miles de personas que con la sencillez del corazón han elevado sus peticiones a Dios Nuestro Señor y a María Santísima de Guadalupe, para que nos regalaran el don maravilloso de tener a Juan Diego en los altares, canonizado y reconocido como uno de los personajes claves en la historia de la evangelización de América. Juan Diego que ha sido el portador de un mensaje que trasciende fronteras y tiempos, el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe para que, con la aprobación de la Iglesia, se le construyera un templo, donde Ella reconstruiría la vida del ser humano, aquel que con sincero corazón se acercara y se confiara a Ella, ahí escucharía todas las tristezas, dolores, sufrimientos y penas, y lo conduciría por el camino seguro del amor para llevarlo ante “«el verdadero Dios por quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de la cercanía y de la inmediación, el Dueño del cielo, el Dueño de la tierra»;” [19] poniéndolo de manifiesto con todo su amor. María Santísima de Guadalupe es la que le aseguró a su humilde mensajero: “«ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré»”. [20]

Esto confirma, una vez más, que nuestros indígenas, nuestros antepasados, nuestros abuelos, no nos engañaron, no nos mintieron; el Acontecimiento Guadalupano marcó nuestra historia. Es una verdad total el hecho de que Dios intervine en nuestra vida, en nuestro pueblo, en nuestro corazón; y lo hace por medio de lo más apreciado para Él, su propia Madre, María Santísima de Guadalupe, quien escogió a Juan Diego, un indio humilde y sencillo para ser su fiel mensajero y darnos esta palabra, este aliento lleno de verdad. Santa María de Guadalupe es nuestra Madre, una Madre amorosa que nos ayuda y nos guía hacia su Hijo Jesucristo, el Amor Total. Esto nos lleva al compromiso de ser los primeros en dar un testimonio, por medio de nuestras vidas, nuestras palabras y acciones, de ser verdaderos hijos de Dios y de María Santísima.

Qué el modelo de Santidad de Juan Diego penetre nuestro corazón y nos mueva a acercarnos más al verdadero Dios por quien se vive.

Qué Juan Diego nos ayude a abrazar con mayor profundidad nuestra fe católica, uniéndonos a todos como verdaderos hermanos.

 


Notas

[1] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, ca. 1590, en Lasso de la Vega, Luis, Huei Tlamahvicoltica…, Imp. Juan Ruyz, México 1649.
[2] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana.
[3] Cfr. «Testimonio de Marcos Pacheco», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 12v.
[4] Cayetano de Cabrera y Quintero, Escudo de Armas, Imp. del Real, México 1746, p. 345, No. 682.
[5] Positio, Doc XIII, 119
[6] Carta de la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos al Cardenal, Don Ernesto Corripio Ahumada, 8 junio 1982, Prot. N. 14 08-3 /1982.
[7] Joel Romero Salinas, Juan Diego, su peregrinar a los altares, Ed. Paulinas, México 1992, p. 54.
[8] Cfr. Relatio et Vota del Consultores Históricos del 30 enero 1990, y de los Consultores Teólogos del 30 marzo 1990.
[9] Cayetano de Cabrera y Quintero, Escudo de Armas, Imp. del Real, México 1746, p. 345, No. 682.
[10] AAS, LXXXII (1990), pp. 853-855.
[11] Fidel González Fernández, Eduardo Chávez Sánchez y José Luis Guerrero Rosado, El Encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, Ed. Porrúa, México 1999, XXXVIII, 564 pp. [42001].
[12] Juan Pablo II, Ecclesia in America, México 22 de enero de 1999, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1999, No 11, p. 20. El Santo Padre cita literalmente la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Santo Domingo a 12 de Octubre de 1992, 24. Véase también en AAS, 85 (1993) p. 826.
[13] Juan Pablo II, Ecclesia in America, p. 20, No. 11.
[14] Carta del Rector y Cabildo de la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe al Cardenal Angelo Sodano, México, D. F., a 21 de agosto de 2001, en Archivo de la Causa de Canonización del Beato Juan Diego, s. f.
[15] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy En el XXV Aniversario de la Dedicación de la actual Basílica de Guadalupe y el traslado de la Sagrada Imagen, México, D. F., 12 de octubre de 2001, No. 3.
[16] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy, No. 9.
[17] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy. No. 11.
[18] Congregatio de Causis Sanctorum, Canonizationis Beati Ionnis Didaci Cuautlatoatzin, viri laici (1474-1548) Relatio et Vota, Congressus Peculiaris super Miro, 11 de mayo de 2001, Mexicana, P. N. 1408, Tip. Guerra, Roma 2001.
[19] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 26-27.
[20] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 34-35.

 
 
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